Sobre "LO LIQUIDO" en PSICOANALISIS
Hace
unos meses participé en un Taller llamado “El
Malestar en la cultura en el Siglo XXI”, creado y dirigido por la Psicoanalista Constanza Michelson. En
este taller se revisó bastante bibliografía, que iba desde textos fundamentales
de Freud a autores contemporáneos que realizan una lectura del mundo actual,
desde el paradigma del psicoanálisis y lo social.

Casi
en la última parte del Prólogo, Dessal manifiesta que ambas disciplinas pueden
beneficiarse mutuamente: el psicoanálisis debiera tener presente las coordenas de la época y las
transformaciones sociales que van generando nuevos síntomas en lo clínico; así mismo, la sociología podría correr el riesgo
de extraviarse en lo metafísico, si no toma en cuenta los conceptos fundamentales del psicoanalisis, tales como el inconsciente, la pulsión, la lógica del significante y la teoría del goce (entre
otros).

Otra
resonancia a destacar en relación al paradigma
de lo líquido, es el concepto freudiano de “desintrincación pulsional”, que se relaciona con la pulsión de muerte, con aquella fuerza
repetitiva y demoníaca, que es parte fundamental de la función del logos y de
lo real humano, tanto individual como colectivo.
Este supuesto nos lleva a una de las
paradojas fundamentales del psicoanálisis y de las pulsiones que promueven la
vida y la destrucción, que se anudan, constituyendo una estructura de
“intrincación”, en la que el amor y el deseo debieran establecer límites a las
tendencias mortíferas. Sin embargo, se dan circunstancias en las cuales
esta estructura se “suelta” y su resultado es la “desintrincación pulsional”.
Osea, se desprende la pulsión de muerte en todo su esplendor, llegando al
extremo de la destrucción del propio sujeto o del otro.
En este aspecto, la tendencia
a la “desintrincación
pulsional” se transforma en un concepto importante de trabajar en
relación a lo líquido de esta sociedad, ya que se va manifestando sutilmente en los efectos que ha
ido teniendo el discurso capitalista, científico-técnico y neoliberal, no solo
en relación a lo económico, sino, también en las formas de establecer lazos sociales, amorosos, que van produciendo nuevas subjetividades.
A partir de la propia experiencia de revivir
la clásica relación discípulo-maestro entre Dessal y Bauman, el primero plantea
la importancia de mantener vivo el espíritu de la pregunta socrática, logrando así
rescatar una de las lecciones magistrales del psicoanálisis y el significante: la de percatarnos que ninguna palabra puede
decir toda la verdad. Desde este principio, ambos autores parten de una
misma posición ética para explayarse
en la conversación: la de “dar la palabra
al sujeto verdadero, secuestrado por el silencio al que el paradigma
científico-técnico lo condena sin contemplaciones”.
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