La pérdida que realiza el individuo al enfrentarse a la barrera cultural tiene como consecuencia una insatisfacción que impediría una integración completa. Es desde esta insatisfacción que el sujeto logra NO SER completamente sometido y no transformarse en un organismo más del sistema. 

En este mismo sentido, instalar un límite a la ilusión de completa satisfacción, obliga a realizar un esfuerzo para realizar un desplazamiento de los objetos. Este límite sería un beneficio para que el individuo se subjetivice y logre movilizarse. 

Si el sujeto no instala un límite a lo que ofrece al sistema, un límite a lo que EL ES PARA el sistema, y también a lo que el sistema le ofrece, corre el riesgo de desaparecer o de enfermarse. 

La insatisfacción producida por la pérdida de objeto, da la posibilidad de que el sujeto realice esfuerzos que le permitan ir ligando sustitutos. El efecto de este desplazamiento es un sujeto en movimiento, que va produciendo nuevos objetos y nuevas palabras para decir y que podría hacer de esta insatisfacción una energía que lo movilice y le permita hacer aportes creativos y novedosos al espacio donde se encuentra. Para que esto suceda, el sujeto debe tener un lugar desde el cual hablar. Para esto es necesario el límite.

Instalar un límite significa ubicarse en un lugar subjetivo que permite una posición y una demarcación a su ser. Este lugar implica el costo de una renuncia: el sujeto renuncia a la búsqueda interminable e insaciable, de esa supuesta satisfacción que le promete el Otro o que él intenta ser para el Otro. 

Instala un límite a la pregunta “¿Qué quiere el Otro de mi?” y a los eternos e interminables intentos de respuestas. 

En muchos casos, las dificultades del trabajo en las instituciones de Salud se relacionan con excesivas demandas formuladas al profesional: jefas que piden cosas irrealizables, alcaldes que toman decisiones sin saber del tema, realidades sociales inabordables. Si bien todas estas dificultades se vinculan a temas económicos, políticos y sociales que no tienen directa relación con el profesional, igual existen posibles lugares de intervención. 

En muchas situaciones no está claro desde la institución, lo que se espera del profesional. Si éste tampoco sabe qué pueden esperar de él, es posible que se vea sometido a las interminables demandas que hace el Otro, lo cual produciría un desgaste y una culpa que lo haría responsable de problemas que no está en sus manos resolver. 

Otra posibilidad es que el profesional quede ubicado en una posición de víctima y de impotencia frente a un sistema que toma decisiones políticas o económicas que van más allá de él. El sujeto se “personaliza” respecto a la institución y atribuye las consecuencias de esas decisiones como algo personal y no como algo que se juega en otro espacio. 

En estos contextos, es importante y necesario que el profesional sea capaz de construir su lugar. Si no lo hace, nadie lo va a hacer por él y con eso corre el riesgo de perderse. Si bien esto puede ser injusto, ya que las instituciones debieran definir sus cargos para velar por su buen funcionamiento, la realidad es que esto no sucede. Entonces, si efectivamente se quiere hacer un trabajo serio será responsabilidad del profesional demarcar su lugar. Es mejor esta injusticia que la de desaparecer o terminar enfermo, atrapado en el deseo del Otro. 

 Participar de una institución es similar al proceso de integrarse a la cultura: el trabajo institucional enfrenta al sujeto y a la teoría a una realidad particular, sobre la cual se debe hacer el ejercicio de integración, sin perder la singularidad.  

Es esta la transacción necesaria e imprescindible para "mantenerse con vida" 
y tener algo que decir.


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