“A CUARENTA AÑOS DE LA IRRECONCILIACION”
INTRODUCCIÓN
El día 11 de Septiembre de 2013, después de 40 años del Golpe Militar, algo retorna, repite, huellas de la memoria de nuestro país se actualizan. Documentales, charlas, escritos, actos, textos, reflexiones. Surge, desde aquí, la pregunta por el lugar que ocupa el Psicoanálisis para enfrentar diversas complejidades históricas y sociales, tanto desde la teoría como desde las prácticas posibles.
En estos capítulos, Lacan refiere al poeta y dramaturgo Paul Claudel y a la “Trilogía de los Coûfontaine” por él escrita, y realiza una lectura sobre lo que Claudel escribió “a pesar suyo, sin saberlo”. Según Lacan, este es un drama original, una tragedia que conmueve, que atrapa y deja en suspenso, en la cual se evidencian personajes simbólicos que muestran la incidencia de los significantes, sujetos como víctimas del logos, del lenguaje en que se convierte allí el deseo.
Por otro lado, resulta relevante preguntarse por el lugar del analista y los efectos que pueda tener la propia ideología en la práctica, tema que siempre está en cuestión, pero que en momentos políticos como éstos, de heridas aún abiertas, puede hacerse aún más delicado.
Lacan manifiesta que para que un psicoanalista pueda orientar su acción sin quedar cautivo del espejismo y para que pueda situar su lugar cuando el paciente se encuentra en el camino de articulación de su deseo, debe tocar los extremos. Una forma de hacerlo es a partir del drama, de la tragedia. Es en la “Dramaturgia del deseo” donde se enlaza el mito, la historia, la clínica y el lugar del analista.
I.-
La primera historia de la Trilogía, llamada “El Rehen”, trata de Sygne de Coûfontaine: dama solterona, quien se dedica a reunir los elementos del dominio de su familia, que fue desposeída de sus privilegios y bienes en tiempos de la Revolución Francesa. Esta función la hace tener una relación mística con la tierra en torno a la cual se define un orden de fidelidad feudal, que une el parentesco con el vínculo alrededor de una determinada forma de la palabra: señores, vasallos, derechos de nacimiento, clientela. El origen de este drama tiene relación con un momento conflictivo, en el cual ella queda atrapada, ya que su decisión, lo que haga o no haga, será determinante para el curso de la historia del país. Esta situación la lleva a casarse con un personaje terrorífico que mandó a cortarle la cabeza a los miembros de su familia y que dominará toda la obra: Toussaint Turelure.
La historia es larga, involucra a tres generaciones. Lo importante en este capítulo, la marca inicial es que con este acto, Sygne es arrancada de todos sus vínculos de palabra y fe, la protagonista renuncia a lo que es su SER, al pacto de fidelidad con su familia, a sus íntimas raíces. La marca Significante es la destrucción de su SER.
La historia continúa después de 20 años en “El Pan Duro” donde se ponen en juego derechos de herencia, bienes familiares, deudas, rivalidades padre-hijo y donde el tema de “perder la tierra” es recurrente: Louis, hijo de Sygne y Turelure, acude a pedirle dinero a su padre para cancelar deudas, no perder sus posesiones y no terminar siendo un siervo en la tierra donde vive, cerca de Argel. Al final termina matando a su padre, le arrebata las tierras, la mujer, se hace embajador y se transforma en otro Turelure, en otro personaje siniestro. Es decir, “en ese momento el pequeño se hace hombre”, dice Lacan: No le bastará su vida para cargar con ese parricidio, pero desde ese momento ya no es un pobre diablo a quien todo le sale mal y que se deja arrebatar la tierra por los malvados. (¿destino de madre?). Se convierte en Padre y esta es la única oportunidad que tiene de serlo, debido a razones vinculadas al nivel anterior al drama: “La cosa había empezado fatal”.
Producto del matrimonio entre Louis y la mujer del padre nace Pensée, una figura femenina que representa a la tercera generación y que Lacan la entiende como un retorno de un término en el que se articula el Amor. Es el reverso de todo aquello de lo Real (vida) que, por el verbo, se siente como ofensivo a la justicia, como horror.
¿Qué pasa en la tercera generación?
La historia de la familia Coûfontaine trata de un renacimiento transgeneracional de FATALIDADES que, según Lacan, comienzan con el estrupo, siguen con el mercadeo del honor, un mal casamiento, la abjuración, el Luis-Felipismo, para renacer como antes del pecado, como la inocencia. Este es el recorrido de la tragedia, que solo se percibe a posteriori: “aquello que en las líneas trazadas en el pasado tradicional, converge en esa dirección y sale a la luz”
II.-
Si bien este drama tiene su propia lógica, hace pensar en muchos sucesos de la historia del mundo en los cuales se ponen en juego conflictos que involucran el destino personal de cada sujeto con la circunstancia histórica. Sygne de Coûfontaine tiene un deber hacia su familia, marcado por un signo patronímico vinculado a la monarquía feudal, por una reivindicación familiar que ella misma terminará traicionando y que se convertirá en el acontecimiento que marcará las posteriores generaciones. En este sentido, se puede hacer una analogía con ciertas posiciones sociales similares que tienen algunas personas que participan de la oligarquía Chilena, propietaria de tierras, de empresas importantes del país, del dinero, de apellidos e incluso de la religión.
Desde este lugar surgen nuevas generaciones, jóvenes con alto poder adquisitivo, exitosos, con buenos trabajos y sueldo, que gozan de buena salud. Sin embargo, manifiestan no estar conformes, sentir tristeza, no querer hacer nada, sentir un vacío y, además, algunos se castigan por ser mal agradecidos: “no me debería quejar si lo tengo todo”
¿Cuáles son las lealtades que tiene cada Sujeto con su origen?
Son destinos que se escuchan en lo cotidiano de la clínica: “Cuando era pequeña no tenía mucha gracia, me costaba adaptarme a los grupos, a los lugares, al colegio. Estaba en un colegio de gente rubia, alta, clara. Como soy morena y baja, no me integraban mucho”. En el recorrido de los discursos se escuchan pertenencias a familias que, aún teniendo integrantes morenos, no les gusta, los acompleja, los rechazan. Exclusiones y preferencias dentro del mismo linaje familiar, significantes que se van transmitiendo, social y familiarmente, que van marcando generaciones, cuerpos, seres, y que van estableciendo un orden, realidades, subjetividades vinculada a la“(no) morenidad”, por ejemplo.
Por otro lado, frecuentemente se escucha a Sujetos cuyo origen se sitúa en otra línea genealógica: personas que han trabajado en la tierra o empresa de otro y para otro, han recibido de ellos el dinero y, a veces, una religión determinada. Además, por historia, por nacimiento, su apellido ha quedado socialmente ubicado en un lugar de “menosprecio” donde nunca lograrán acceder a ciertos privilegios.
Esta herencia histórica también va instalando un orden, un discurso de fidelidad, de lealtad y deudas generacionales, de acuerdo a una determinada forma de la palabra. Marcas significantes que van estableciendo diversas variantes y posturas que, en estos casos, pueden ir desde un resentimiento extremo expresado en acciones de violencia, de rabia sin objeto y sin lograr dar paso a la construcción de un discurso, a sujetos ubicados en un lugar de sometimiento a lo establecido, donde se funciona para “surgir”, sin un espacio para una posible pregunta, para cuestionar. Entre ambos extremos se dan variantes y complejidades particulares, que determinan el contexto ideológico desde el cual cada Sujeto se ubicará según los significantes que lo marcan.
El punto en cuestión, es que NADIE SE SALVA DE SU DESTINO.
Dice Lacan: ¿Qué nos libra de esta vida maldita, de este océano de humillación y servidumbre que es la vida?
La “Versagung” de Freud se entiende como “rechazo”, el cual solo es posible en la emergencia del significante, que si bien le permite al Sujeto escaparse (se refuser, negarse a aceptar algo), no le es posible salir. Es un “rechazo” implicado en la estructura de la palabra, que tiene que ver con una posición existencial, original, sin orden ni secuencia. Se trata de una negativa original, primordial: “este NO sea YO”, “este NO fuese YO”, que evoca al verbo del nacimiento: “etre”-“naitre”.
Dice Lacan: “La IMPOSICION DEL SIGNIFICANTE SOBRE EL SUJETO ES ALGO QUE LO MARCA Y LO DESFIGURA.”
Esta marca designa la imposición de un destino, el intercambio prescrito por las estructuras parentales, el juego implacable de la deuda: “El Sujeto se ha convertido en un rehén del verbo”
III.- Desde este contexto surge la pregunta por el lugar del analista y por las posibilidades de atender estas historias subjetivas y sociales en momentos históricos que están teñidos, empañados por el propio deseo: “el deseo no se corta, no basta con evitarlo, el sujeto está marcado por el síntoma que lo ata a sus deseos”.
Los síntomas de un paciente tendrán relación con la figura del destino del Sujeto capturado en el lenguaje, en el juego de la palabra. Las figuras son puntos necesarios, irreductibles, principales, cuya estructura mínima se deriva de la confrontación del Sujeto con el Significante. La Función del Trauma tiene que ver con lo que ciertos acontecimientos situarán en un determinado lugar en esta estructura: “valor traumático de un acontecimiento” y que tendrán valor significante vinculado al Sujeto. De ahí que sea importante el retorno a la experiencia del Mito, en análisis.
Desde esta perspectiva, ¿Cómo escucha un analista, en estos tiempos, a una persona que se ubica políticamente en un “bando” rival al suyo? ¿Cómo se atiende a un personaje como Turelure, por ejemplo: “obseno, impúdico, gorilesco”, como lo describe Lacan? ¿O a un torturador? ¿Qué se hace con aquel “dictador que todos llevamos dentro”?, frase que se ha escuchado más de una vez en estos días.
Es interesante esta pregunta porque remite al tema del cambio y de la función del analista. En muchas partes de su obra, pareciera que Lacan plantea un determinismo y casi una condena que se instala desde antes de nacer. Si se plantea como tragedia, como Até, como un Dios Malvado, una ordenación en la que se inscribe el destino, en la cual éste además tiene sentido, no habría como escaparse. Sin embargo, en los capítulos mencionados dice que si bien los analistas se encuentran implicados en el destino de los Sujetos como efectos de la ley, esto no se reduce a que “todo lo que se tiene en el corazón le sea arrebatado” y a que tenga que ser entregado a la trama rutinaria que anuda a las generaciones.
Aún cuando el destino convoca al analista en la clínica, ya que tanto el deseo del Sujeto como el del Otro solo puede situarse en la alienación profunda, vinculada al lenguaje, el análisis es un lugar para ir ubicando aquellos significantes, aquellas cartas que están en juego: “es un gran trabajo. Vine porque quería resolver el tema de mi separación y me encuentro con todo esto”, decía una paciente. Desde este lugar es que se invita al paciente a trabajar con aquellas repeticiones que van surgiendo a partir de la palabra, necesarias de reconocer, situar y movilizar.
“¿Quién paga”, es una pregunta recurrente en algunos casos en que se empieza a buscar culpables: ¿Seré yo? ¿Será mi madre? ¿O la madre de mi madre? ¿Dónde empezó todo esto?
Al ir ubicando aquel modelo constituido, aquel tejido, entramado, que ha sido construido por una serie de connotaciones, que van teniendo una coherencia significante a través de las generaciones, un juego donde las transformaciones se van produciendo de acuerdo a ciertas reglas, el paciente entiende que solo le queda hacerse cargo de su propio destino, de su lugar en el juego. En este momento, va teniendo un giro desde la fatalidad: “la vida me ha tratado mal”, a la responsabilidad: “ya es tiempo de que tome la vida en mis manos”.
Al parecer, es un trabajo que implica años de generaciones: Tres tiempos de Composición del Deseo, dice Lacan, en el caso de la familia Coûfontaine.
¿Cómo se hace una Revolución o un cambio estructural en este contexto de múltiples destinos?
¿Cómo se puede dialogar con otro, desde fantasmáticas que van en sentidos tan divergentes?
¿Puede existir algún “acuerdo”, “reconciliación” o “Unidad” de algún tipo?
III.- Desde este contexto surge la pregunta por el lugar del analista y por las posibilidades de atender estas historias subjetivas y sociales en momentos históricos que están teñidos, empañados por el propio deseo: “el deseo no se corta, no basta con evitarlo, el sujeto está marcado por el síntoma que lo ata a sus deseos”.
Los síntomas de un paciente tendrán relación con la figura del destino del Sujeto capturado en el lenguaje, en el juego de la palabra. Las figuras son puntos necesarios, irreductibles, principales, cuya estructura mínima se deriva de la confrontación del Sujeto con el Significante. La Función del Trauma tiene que ver con lo que ciertos acontecimientos situarán en un determinado lugar en esta estructura: “valor traumático de un acontecimiento” y que tendrán valor significante vinculado al Sujeto. De ahí que sea importante el retorno a la experiencia del Mito, en análisis.
Desde esta perspectiva, ¿Cómo escucha un analista, en estos tiempos, a una persona que se ubica políticamente en un “bando” rival al suyo? ¿Cómo se atiende a un personaje como Turelure, por ejemplo: “obseno, impúdico, gorilesco”, como lo describe Lacan? ¿O a un torturador? ¿Qué se hace con aquel “dictador que todos llevamos dentro”?, frase que se ha escuchado más de una vez en estos días.
¿Es el Análisis una Introducción del Sujeto a su Destino?
Aún cuando el destino convoca al analista en la clínica, ya que tanto el deseo del Sujeto como el del Otro solo puede situarse en la alienación profunda, vinculada al lenguaje, el análisis es un lugar para ir ubicando aquellos significantes, aquellas cartas que están en juego: “es un gran trabajo. Vine porque quería resolver el tema de mi separación y me encuentro con todo esto”, decía una paciente. Desde este lugar es que se invita al paciente a trabajar con aquellas repeticiones que van surgiendo a partir de la palabra, necesarias de reconocer, situar y movilizar.
“¿Quién paga”, es una pregunta recurrente en algunos casos en que se empieza a buscar culpables: ¿Seré yo? ¿Será mi madre? ¿O la madre de mi madre? ¿Dónde empezó todo esto?
Al ir ubicando aquel modelo constituido, aquel tejido, entramado, que ha sido construido por una serie de connotaciones, que van teniendo una coherencia significante a través de las generaciones, un juego donde las transformaciones se van produciendo de acuerdo a ciertas reglas, el paciente entiende que solo le queda hacerse cargo de su propio destino, de su lugar en el juego. En este momento, va teniendo un giro desde la fatalidad: “la vida me ha tratado mal”, a la responsabilidad: “ya es tiempo de que tome la vida en mis manos”.
¿Cómo se puede llevar este cambio al ámbito de lo Social?
¿Cuántos siglos se necesitarán en nuestro país?
Comentarios
Publicar un comentario
¿QUE LE PARECIO ESTE TEXTO?